13 abril 2008

Recuerdos de la infancia

Bueno, después del texto acerca del ciruelax, creo que he descubierto cierto talento innato para plasmar en unas líneas una realidad totalmente distinta que rompe, definitivamente, muchos esquemas. Así que García Márquez, afírmate y aprieta cachete, ya que tu realismo mágico es una alpargata al lado mío.
Piénsenlo, atrás quedaron las historias mágicas; hoy se viene de lleno la temática de la caca y el pichí.
Según esto, es que quiero contar otra historia. La historia de hoy comenzó hace... ehh... mmm.... no recuerdo, pero iba en primero básico.
Yo desde niña siempre fui una persona bien tímida, saben? Entonces, una petición tan simple como ir al baño, me complicaba en demasía. Yo imaginaba que la profe iba a pensar que quería cagar y que cuando yo saliera de la sala, todos mis compañeros sabrían que iría a cagar (o a hacer pipí, dependiendo del caso).
Pensar eso era una constante presión...
Un día estaba que me meaba. No podía más, así que pedí permiso a la Hermana Bernardita (ok... ríeanse... iba en un colegio de monjitas) si podía ir al baño, y ella accedió altiro, pues yo era una niñita bastante linda :)
Fui al baño y estaban las niñas grandes :___( y a mi me daba mucha vergüenza que sintieran el sonido de cuando el pipí cae en el wate (aún me da vergüenza en todo caso), así que me devolví a la sala. (Aunque pensándolo bien... cómo chucha no se me ocurrió tirar la cadena para que no escucharan?)
Llegué a la sala y estaba de todos colores, quería puro mear. Pedí otra vez permiso y la Hermana Bernardita (ok, ríanse) me dio permiso nuevamente porque bueno, era yo...
Fui al baño y había un auxiliar limpiando los wates. Yo estaba sumamente enojada, quería puro deshacerme del liquido amarillo y en mi mente no paraba de decir oraciones... pero de improperios.
Y pucha, yo tan chiquitita, tan indefensa, tan... tan con ganas de mear. Era demasiado.
Volví a la sala, me senté y bueno, me había meado... Limpié cuidadosamente la escena del crimen y pedí permiso otra vez porque ‘’disque’’ se me había quedado algo en el tocador.
Y fui corriendo... corrí como nunca. Me metí a una cabina con wate y me saqué el arma homicida... no, no... la vagina no. El calzón!
Lo estrujé un poquito, lo metí al delantal y luego al blaiser. Después de andar a lo gringa una hora, llegó mi mamá (porque a todo esto le avisé a la Hermana Bernardita) y me puso un calzoncito limpio.
Fin.